lunes, 28 de noviembre de 2011

Cuento de Navidad en el Hogar de Ávila



Mar Capitán

Hace unas semanas fui al Hogar de Ávila (sede de la Agrupación CCC de Madrid) a pagar una excursión. El secretario había salido, así que tuve que esperarle unos minutos, que aproveché para ver las reformas que han hecho en la decoración. En esas estaba, cuando un hombrecillo al que nunca antes había visto se asomó a la puerta. Era bajito, delgado, con el pelo completamente blanco y los ojos azules y brillantes. Sus facciones eran agradables y su voz melodiosa, como si modulase las palabras antes de decirlas. Me saludó:
―Buenas tardes.
―Buenas tardes ―le contesté― ¿Buscaba usted a alguien?
―No exactamente, pero la he visto que entraba y me ha parecido bien saludarla.
―Pues muy bien… pero creo que no nos conocemos.
―Sí, sí que me conoce: yo soy el Espíritu de la Navidad.
Y le alargó la mano.
No supe si sentarme del susto o echarme a reír. Debió de imaginar lo que pensaba porque, sin decir yo nada, comentó:
―No se preocupe, a todo el mundo le pasa lo mismo.
Como no sabía qué contestar, dije lo primero que se me ocurrió:
―Todavía no estamos en Navidad…
―Pero queda poco y hay que ir preparándose. Además, en la tele ya anuncian los turrones, los perfumes y las “play stations”. ¿O es que no la ve?
―Sólo las películas y algunas series. Durante los anuncios hago zapping…
Se me quedó mirando, como si meditase lo que me iba a contar:
―Antes, la Navidad eran días de reunión familiar, de comidas especiales con los amigos, de regalos hechos con el corazón…
―¿Y ahora no? ―le pregunté con cierto tono irónico.
―Ahora las familias están regañadas, las comidas son a lo grande pero pocos se soportan y lo que se come se puede encontrar en cualquier época del año y los regalos son carísimos, pero hechos para salir del paso y pronto se abandonan por cualquier rincón. Además… ¿quién canta ya villancicos?
―Yo es que no sé cantar… ―me excusé, avergonzada.
―¡Oh!, no se preocupe, usted no tiene la culpa de lo que pasa. Sólo era un comentario, compréndalo.
En ese momento se oyó un ruido e instintivamente volví la cabeza para ver quién entraba. Al girarla de nuevo para contestar al hombrecillo, vi que no estaba. Allí no hay más puertas. ¿Dónde se había metido? En esto, sobre una de las sillas, vi enrollado un trozo de espumillón blanco que tenía encima dos resplandecientes bolas azules, de esas que se cuelgan en el árbol por Navidad.

¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!

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