jueves, 27 de marzo de 2014

ADOLFO SUAREZ Y LA BUENA GENTE





Carmen Valero

Todo lo que ha sucedido con motivo de la muerte de Adolfo Suarez, hacia reflexionar sobre todos los acontecimientos que hemos vivido los españoles desde la muerte de Franco. Empezando por el nombramiento que hizo el Rey Don Juan Carlos, para que condujese al país a la tan ansiada democracia que todos disfrutamos.


El altzeimer, le hizo olvidarse de quien era, pero la buena gente no olvidó quien era él.

 Lo expresaron de formas diversas, y concretamente  haciendo colas de casi cuatro kilómetros en las calles de Madrid, para pasar delante del  féretro, inclinar la cabeza, o santiguarse, y cada uno le daría su recuerdo personal de agradecimiento, o de reconocimiento a ese trabajo ingente que duró casi dos años, para dar cambio a leyes y situaciones que solo apreciaban individualmente esas personas, esas familias, esos condenados políticos, y que ni siquiera reconocieron en las votaciones del partido que fundó .

Son la buena gente que recuerdan el bien que hizo a su paso por la política, y que después de hacerlo, con las mismas virtudes que cualquier otro, tuvo la honradez de dimitir, en un país donde nadie dimite, y llevar una vida digna entre los suyos, con muchas dificultades por las enfermedades primero la de su hija Marian, y después la de su esposa Amparo. Situaciones que tuvieron que pasar, como cualquier otra familia. Lo llevó con  elegancia, y con esa sonrisa que repartía a su paso por las calles,  que le llevaba a hablar con todo el mundo, y ser accesible a todos.

La ley de Reforma política, aprobada en las Cortes, se reflejaba en las  tomas  televisivas  de esos momentos,  en especial en la cara de Suarez, que sonreía,  con un gesto de descanso cuando la votaron  y veía en el futuro, el diseño que habían preparado para el cambio tan necesario en paz, y que seguimos disfrutando.
La Constitución Española de 1978, fue la base de convivencia para todos.

El sentimiento profundo de muchos de los que aguardaban tres y cuatro horas de cola, se transmitía en las conversaciones entabladas entre ellos durante la espera,  porque el pueblo no se siente tan cerca de los políticos como se sentían con Suarez. Cuando les ponían las alcachofas de televisión decían:    ”Estoy aquí porque no olvido lo que hizo”, “porque le quiero”, “porque mis padres me han explicado lo que hizo”, “porque era muy guapo”, “me sacó de la cárcel por ser preso político”.

Me recordaba el entierro del Padre Silla, misionero valenciano en la República Dominicana, que cuando falleció la gente gritaba ante el féretro: “hemos perdido la voz, ya nadie nos escucha”, y cientos de personas le acompañaron andando durante dos kilómetros al cementerio de San Francisco de Macorís. Suarez fue un “rara avis” en la política, quizás un misionero, en su misión tan especial de como conducirnos a la democracia.  

Dormido en la memoria de los españoles, como su enfermedad, con su muerte han despertado un montón de añoranzas en las personas, de una forma de hacer política, que es la que entienden, trabajar mucho, sin egoísmo y con generosidad, mirando al otro, y olvidarse de sus intereses tanto personales como de partido.  Así iríamos todos mucho mejor. En la buena gente,  los políticos piensan muy poco.


 “La concordia fue posible”, reza en su epitafio de la tumba en el claustro de la Catedral de Avila, donde descansa junto a su esposa Amparo  Illana.

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