sábado, 7 de noviembre de 2015

Toshiro Yamaguchi expone en la galería Lucía Mendoza de Madrid








L.M.A.

Nacido en 1956, en Okayama

Todo aquello que es profundo en la vida aparenta sencillez.

 Toshiro Yamaguchi a primera vista es un hombre sencillo, de mirada sonriente y pensamiento reposado. Y como suele ocurrir con aquello que es intenso sin aparentarlo, sin duda la primera estimación es equivocada.

 Yamaguchi no será nunca protagonista de sus comentarios, no hablará en primera persona de su obra, no interferirá con las impresiones del espectador ni mucho menos con sus interpretaciones. Todo lo que él es, lo que él siente y lo que él piensa está en su obra, y es ella la que habla por él.

 Su generosidad habla de la necesidad del artista de comunicarse con otros, coetáneos o no, de salir de la protección de su entorno para nutrirse de otros aires, otras perspectivas, otros sentimientos, otras gentes, otros, otros, otros.

 Él llegó a España con el único propósito de profundizar en el conocimiento de los materiales pictóricos y su uso, en ellos reside la esencia de su obra, en ellos resume con una palabra lo que persigue, la pureza.

 Busca en las pinturas antiguas, se remonta a Altamira, encuentra el hilo conductor que cruza y guía la historia del hombre, que entiende es la del arte, descubre en el camino las conclusiones de Jackson Pollock que llega a justificar la unión entre las prácticas de occidente con el arte oriental de la única manera posible, a través de la armonía entre el hombre y la naturaleza.

 Su complejidad se torna comprensible porque él entiende que el todo es nada y la nada el todo. No contempla la existencia de nada independiente o sin interrelación. Encuentra refugio en la ciencia para poner en palabras lo que la meditación, el estudio y su intuición le indican.

 Su implicación es absoluta, su preocupación es vital, su trabajo incansable.