domingo, 21 de agosto de 2016

EN TURQUÍA, EL DESTINO SONRÍE A LOS GUBERNAMENTALES






por Víctor Morales Lezcano
         Una poderosa empresa constructora turca ha hecho saber que “la confianza en nuestro futuro ha sido reforzada por el compromiso de nuestro pueblo con la democracia”. Este silogismo imperfecto quiere trasladar  una interpretación del golpe de estado que amenazó, la noche del 15 de julio y la madrugada del 16, con investir al ejército de plenos poderes para contrarrestar la trayectoria que el AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo) viene recorriendo con mayoría electoral desde 2002.

         El golpe de estado en Turquía resultó fallido del todo, cuando amaneció el día después del intento protagonizado por un sector del ejército de la república kemalista nacida en 1923.

         En una columna que publicó este periódico (“De cuándo arranca y por qué lo de Turquía”, 28/07/2016) se recordaba la inveterada tutela que sobre el legado institucional kemalista venían desempeñando las fuerzas armadas en Turquía desde la muerte de Atatürk en 1938. La cuestión palpitante ahora es saber si en la documentación del gobierno actual de Turquía que preside Binali Yildirim  -incondicional del presidente de la República (R.T. Erdogan)- hay constancia fehaciente de preparativos sigilosos conducentes a un expurgo drástico de aquellos jefes, oficiales y escalones subalternos del ejército desafectos, en principio, a la implantación de una gradual suplantación de viejos republicanos por cohortes de extracción mesocrática, e incluso, popular.
         La sempiterna suspicacia de una mano conspiradora  -y enemiga- de la nueva Turquía venía deambulando en medios impresos y redes sociales desde hacía más de diez años. Junto con el militar, los sectores de jueces y policías, corporativos donde los haya, venían siendo señalados por los depositarios actuales de la legalidad republicana, en cuanto funcionarios permeados por la filosofía de Hizmet. Hizmet, con el docto Fethullah Gülen a su cabeza, es una orden de inspiración islámica “suave” que viene recorriendo el sistema capilar de funcionarios, periodistas y militares turcos desde hace decenios. Gülen y Erdogan comulgaron, en un principio, con el mismo espíritu regenerador que propugnan Hizmet y Zaman (El Tiempo), diario fundado en 1986. Sin embargo, cuando se hizo público el distanciamiento entre los dos rivales hacia 2012, Gülen ya se había instalado en una residencia y centro de difusión de Hizmet sito en Pensilvania, mientras que Erdogan continuó siendo la omnipresente estrella política de la nueva Turquía. Fue así como el océano puso por medio un obstáculo entre los hermanos enemigos.

         Cuando el golpe de estado saltó a los medios durante las últimas horas del pasado 15 de julio, la inesperada difusión de un llamamiento de Erdogan a través de FaceTime, hizo que gentes de Ankara, Estambul y otras ciudades turcas desafiaran desde la calle a los golpistas, plantándoles cara y desobedeciendo el toque de queda impuesto por los partidarios de la insurrección.

         Suele ocurrir en la Historia que en situaciones-límite pueda concitarse, favorablemente o no, un concurso de circunstancias y de intervenciones que terminan por dirimir el éxito o fracaso de una decisión. Es lo que en otro tiempo se invocaba como destino.  
         La lealtad al gobierno del jefe de las fuerzas armadas de Turquía, general  Hulusi Akar, contribuyó a detener el golpe de marras  -no sin víctimas y heridos en los enfrentamientos habidos durante veinticuatro horas aproximadamente-. La oposición política en la Asamblea, encabezada por Kemal Kiliçdaroglu, el servicio de inteligencia y el decisivo actor llamado “gente de a pie” que, en ocasiones similares a la que aquí se describe, contribuye a que el fiel de la balanza se incline de uno u otro lado, se sumaron todos a la contrainsurgencia que convocó el aguerrido presidente de la República. El destino volvió a sonreírle a  R.T. Erdogan.
         Al bajar el telón de este golpe fallido sobre el escenario político-social de Turquía, no tardó en difundirse a los cuatro vientos por todo el barrio de Çankaya y el país entero que Fethullah Gülen había sido la eminencia gris que desató la tormenta para cortar, preventivamente, la purga que venía urdiéndose en diferentes instancias gubernamentales de Ankara. Y para poner coto, además, al ejercicio de poder del que Erdogan venía haciendo gala abusiva desde 2013.
         El “yo acuso” lanzado por Erdogan contra Gülen llevó aparejada, de inmediato, la petición de extradición del fundador de Hizmet por parte de las autoridades turcas. El docto clérigo negó, acto seguido, haber ideado la conspiración antigubernamental del 15 de julio y el consiguiente golpe de estado en un artículo titulado “I want democracy for Turkey” (The New York Times, 27/07/2016). El texto de Gülen terminaba así su argumentación: “…en honor a los esfuerzos mundiales para restaurar la paz en tiempos turbulentos, así como salvaguardar el futuro de la democracia en Oriente Medio, los Estados Unidos no habrán de plegarse a un autócrata que está convirtiendo un putsch fallido en un golpe a cámara lenta contra el gobierno constitucional”. En cualquier caso, la presidencia de la República turca ha puesto en el alero americano una cuestión embarazosa donde la haya.

         Dejemos por el momento el proceso abierto, tal cual se encuentra ahora, como si aspirara a convertirse en auténtica cause célèbre, sin haberse zanjado hasta la fecha. Quizás convenga completar, en próxima ocasión, los efectos secundarios y exteriores que ha desencadenado el 15 de julio de 2016 en Turquía, Oriente Medio, la Unión Europea y, en cierta medida, en Estados Unidos.


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