martes, 11 de julio de 2017

L’ETA c’est finie








Miguel Ángel Blanco





11.07.17 .- Aquel veraniego sábado 12 de julio de 1997 no fue una hoja más del calendario, aunque coincidiera en mi agenda una de tantas escapadas que desde mi adolescencia he repetido al sur de Francia. La de aquel día había sido un desplazamiento más corto y rápido que de costumbre, un viaje express en coche hasta Hendaya, desde cuya fronteriza estación de tren partía mi hija en un viaje programado a París. Apenas tuvimos tiempo de disfrutar de un apresurado menu du jour y de un entrañable saludo a Bernardo Sánchez y Teresa Rodríguez, coincidentes viajeros de los ferrocarriles franceses. Mi presencia en el turno de fin de semana del periódico me obligaba a un regreso inmediato, en alerta radiofónica en todo instante por la impactante actualidad que uniformemente giraba en el dial en torno al secuestro, dos días antes, de Miguel Ángel Blanco, un concejal del PP por Ermua de apenas 29 años.
 
Coincidió en el tiempo aquel final programado por los terroristas con mi tránsito de regreso por la circunvalación de San Sebastián camino de Leizarán. Y recuerdo cómo al escuchar por la radio las señales horarias del fin de las 48 horas de infame ultimátum, mi mujer y yo rompimos a llorar dentro del coche conmovidos por la inevitable muerte de aquel inocente prisionero. En nuestra imaginación también habíamos creído oír los disparos en la nuca de Miguel Ángel, un hecho que realmente sucedió a poca distancia física y temporal de nosotros. La tragedia se había afianzado como inevitable al concluir sin resultados policiales el límite imposible que ETA había impuesto al Estado, sin que ninguno de sus verdugos políticos, la Batasuna de entonces, manifestara valentía alguna en aquellas dramáticas horas ni un mínimo atisbo de piedad ante la creciente petición de clemencia que imploraban cientos de organizaciones y personalidades españolas y del resto del mundo. Las últimas declaraciones públicas del brazo político del terrorismo vasco se habían limitado jornadas atrás a una advertencia de que después de la borrachera de la liberación de Ortega Lara podría llegar la resaca. 
El hallazgo del joven concejal de Ermua se produjo por casualidad a las 16,40, pocos minutos después de ser tiroteado en uno de los idílicos rincones del contorno natural donostiarra, la regata de Oztaran. Un grupo de vecinos con perros encontraron el cuerpo de un chico joven «que parecía dormido». El concejal de Ermua estaba tumbado boca abajo, tenía las manos atadas por delante con un cable eléctrico y todavía respiraba. La noticia dio la vuelta al mundo de inmediato. Ainhoa, mi hija, aún la tiene presente al rememorar su viaje en tren rumbo a París, con sus trece años recién cumplidos: «Una mujer rubia de pelo corto se cambió de asiento cuando me vio llorar y me hablaba en francés. Creo que ella también lloraba. Me acompañó todo el viaje dándome la mano. Yo no entendí bien el mensaje por los altavoces pero sí recuerdo que parte del vagón dio un grito ahogado».
Congregó aquel fin de semana de 1997 un sinfín de aconteceres históricos que afloran 20 años después, una mezcla de responsabilidad política personal con aquella Transición ejemplar que indignamente algunos se atreven hoy a cuestionar y de compromiso periodístico, entonces como redactor jefe de este diario y presidente de la Asociación de la Prensa de La Rioja. Las horas se hacían trepidantes entre los teletipos que enviaban las agencias de noticias, reuniones organizativas de Redacción y citas con compañeros de otros medios informativos de la región con los que compartía dirección asociativa profesional. La cafetería Casablanca de Avenida de Portugal sirvió de improvisada sede a nuestra junta directiva para acometer un inusual encargo lleno de responsabilidad: los partidos políticos habían depositado en la Asociación de la Prensa el deber de redactar un comunicado de repulsa por el asesinato de ETA y de comunión con la ciudadanía que reclamaba manifestarse en paz. Los miembros de la junta acordamos el papel protagonista de dos periodistas, que aceptaron generosamente su cometido: Jorge Alacid asumió la redacción del texto colectivo, que sin retoques en lo sustancial avalaron todos los grupos políticos y sociales, y Jorge Gómez aceptó la responsabilidad de su lectura pública en la plaza del Ayuntamiento. Era un 14 de julio, fiesta nacional francesa, dos días después del cruel asesinato de ETA, cuando Logroño participaba en la mayor manifestación de su historia.
 
La muerte de Miguel Ángel Blanco no fue inútil y su memoria sirvió de inmediato para la consolidación democrática de España. Con el asesinato del concejal de Ermua, ETA perdió su mayor batalla nacional e internacional ante la opinión pública y abrió el camino a la rendición incondicional terrorista, precisamente comunicada este mismo año 2017. La contienda contra el totalitarismo etarra había tenido el antecedente más serio cinco años antes con la detención en Bidart, al sur de Francia, de la cúpula de la banda, un hecho que sirvió de estímulo para que creyeramos posible la derrota policial del terrorismo. (Este éxito de las fuerzas de seguridad del Estado, que en marzo pasado cumplió 25 años, lo viví en Biarritz a la mañana siguiente de mi presencia en un recital pro ikastolas en la Gare du Midi; lo habían protagonizado una orquesta sinfónica de San Sebastián, Paco Ibáñez y George Moustaki, y sin duda fue el último concierto en libertad de algunos de los detenidos horas después). Los hitos contra el terrorismo se sucedieron incesantes e implacables en los años siguientes: ilegalización de Batasuna (2003), y sucesivas detenciones de comandos y cabecillas etarras hasta el cese definitivo de la violencia de ETA (2011).
 
Hoy, a la vez que recordamos el dolor que a los hombres de bien nos produjo el asesinato de Miguel Ángel Blanco, hemos de celebrar que a los terroristas les hemos derrotado sin concesiones. Y que sin la presencia de la banda el País Vasco y España son hoy más libres que hace dos décadas (‘¡Libertad!’ fue el grito más coreado en las manifestaciones de hace 20 años). Medio siglo después de su bautizo criminal, l’ETA c’est finie.


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