viernes, 26 de enero de 2018

ENCARNA LEÓN: “ME VISTO NUEVAMENTE CON MI TRAJE DE LLUVIA…”


                    “EL COLOR LOS RITOS. OBRA POÉTICA 1984-2010”.
                      EDITA: CIUDAD AUTÓNOMA DE MELILLA; 2016



Encarna León



     27.01.18 .- A veces la poesía es un trabajo deliciosamente inacabado. Mal pagado, eso sí, mal comprendido, también. Pero que permite a los autores, hombres y mujeres, hacer realidad sus sueños, mostrarnos sus paisajes, hablar de sus amores y desamores o viajar por el ancho mundo de una mirada. Y eso es lo que nos ofrecen, además, las antologías pues en ellas, de manera casi siempre muy oportuna, va apareciendo la propia biografía del autor o autora y, así, podemos conocer ciertas intimidades de su propia biografía. Este es el caso, sin ir más lejos, de un voluminoso y agradable libro que contiene un florilegio, inmenso desde luego, de los versos que a lo largo de muchos años, tardes, días, noches, alegrías y angustias nos ofrece Encarna León, escritora que ha hecho del quehacer poético una esforzada afición capaz de modificar sus alternativas vitales.
Desde Melilla, donde vive desde jovencita, lanza al mundo “El color de los ritos. Obra poética 1984-2010” para quien, inadvertidamente, no hubiera tenido ocasión de conocer el largo y estudiado bagaje lírico que se trae entre manos desde hace muchos años de manera callada, pero solemne, que conocemos y aplaudimos y respetamos porque sabemos el valor de la palabra y la dedicación sacrificio que requiere estar cada minuto pendiente de la inspiración y de la observación para configurar tan gran obra lírica. Y es que para las escritoras y escritores, las y los poetas los ritos forman parte de su entramado mental. Nada mejor que referir, hablar, mostrar aquellas costumbres, ceremonias o conjunto de reglas religiosas o laicas que hacen posible la vida, la convivencia, la armonía entre los habitante de esta planeta deteriorado. Esa, al menos, una pasión que en este volumen pone de manifiesto Encarna León y que servirá para conocer mejor su inspirada relación con el mundo y su cercanía lírica al alma humana.
Un merecido prólogo de José Luis Fernández de la Torre da cuenta exacta del valor de estos versos, de todos los libros que poco a poco han ido jalonando este quehacer y que ya, con el libro que tenemos entre las manos, pasa a ser patrimonio de todos y más en una tierra donde la poesía, la intuición, la leyenda forma parte de la vida de hombres y mujeres. “Encarna León  o “el mundo cantado” titula Fernández su trabajo preliminar, al que se añade la amplia bibliografía de la autora, extensa y bien documentada  con indicación de sus libros y plaquettes publicados, poemas dispersos aparecidos en diversos medios y ciudades, antologías en las que figuran sus versos, prosa a la que ha dedicado también su atención, publicaciones infantiles variadas y muchas veces enternecedoras y la bibliografía utilizada por Fernández de la Torre para llevar a cabo su trabajo de presentación, cuya lectura sitúa a Encarna León en su momento, entre los autores que ha desarrollado su inspirada labor, influencias (que no son muchas pero sí son decisivas, como la Miguel Fernández, entre otros) y situaciones que ha permitido este río incontenible de versos, reflexiones y vivencias. Ya la antología, descontando las casi 151 páginas de presentación ocupa unas setecientas páginas, lo que da una idea aproximada del valor de una creación tan prolongada y conducida con tanto afecto hacia el mundo de la palabra y de los entes próximos, tratase de personajes, paisajes, sueños o infancias. Un bien ordenado álbum fotográfico sitúa a la autora en el universo real de poetas, amigos, cercanías y actos literarios donde ella no es la protagonista sino la figura central de un mundo donde ritos, amistades y maravillas se hacen realidad gracias a su tesón y su profundo amor a la poesía. Esta misma expresión podría ser la de la editora y poeta Luzmaría Jiménez Faro, creadora de Ediciones Torremozas, persona que sentía un especial afecto por Encarna León por considerarla una trabajadora permanente en favor de la poesía y de quienes están cerca de ella en todos los ámbitos.
Fernández de la Torre , entre el caudal de opiniones y datos que vierte en su aportación, escribe: “Encarna León, ha construido una obra (incompleta todavía) donde el ars poética en la ficción alcanza su propia singularidad y en la que las experiencias, los deseos, las sensaciones son producidos por, al menos, dos espacios: Granada (la ciudad de la infancia, de la evocación nostálgica…) y Melilla, la ciudad del trabajo, del amor, de su madurez…), los ámbitos que trazan ese mundo lírico propio siempre alrededor o girando en torno a un yo configurado por la memoria y la nostalgia cuando se funden para precisamente ´re-fundar´ la Belleza o la Poesía”.


ESTE CAUDAL DE MIS PALABRAS MUDAS. Ediciones Torremozas. Madrid, 1984

Es precisamente Miguel Fernández quien abre, con su prólogo, este poemario de hace algunos años donde dice: “Estructurado en cuatro divisiones, el cántico es para la vida, la amistad, el amor, Dios”. Y es que, esas, con las temáticas o las ilusionadas referencias que, para empezar, Encarna León va, ha ido e irá, imprimiendo en sus libros. De ello, además, da cuenta en su existencia cotidiana tanto por la buena relación con cuanto la rodea, personas, mar, aves que rondan la Alcazaba de Melilla, cielos; su familia, su entorno, la inspiración divina… Era, cómo no, una buena manera de comenzar a dar a los demás el fruto de su inspiración, el legado de su trabajo porque la poesía también es una labor, un quehacer solitario aunque magnífico, generalmente no remunerado, vital para quienes protagonizan madrugadas de ilusionante creación y minutos de inquieta indagación. Primer libro, si, primeros balbuceos ya impresos por el mundo de la palabra, luego vendrían más, los poetas somos muy insistentes, aunque la sociedad circule por otro carril. Ah, y las palabras nunca son mudas. (“Por el sol se enciende/mi verso retórico/que hace geometría/con el español/Y en la ardiente selva de un mundo alegórico/Mi flauta preludia: Do-Re-Mi-Fa-Sol”, escribe Ramón Mª del Valle Inclán). Encarna León dice: “Comienza la vida, la luz de una esperanza/ que en tinieblas tomó extraña forma”. Extraña no, deliciosas experiencias líricas que, afortunadamente, más de 30 años después siguen siendo parte de la vida y de la escritura de su autora.


EL VUELO DE UNA SED. Ediciones Torremozas. Madrid, 1988

La autora se confía de nuevo a Luzmaría Jiménez Faro, excelente poeta y razonable editora. Y así ve la luz su nuevo libro en 1988: “El vuelo de una sed”, expectante experiencia que los poetas suelen llevar a sus escritos, como el excelso mundo de las gaviotas, el impagable murmullo de los mirlos y la gozosa cercanía de los ruiseñores. Y en Melilla deben recalar aves de ese mundo abierto que es el continente africano, tan repleto de naturaleza y de vivencias casi humanas. Escribe Encarna en este poemario: “Me arrastra el mundo/en aguaceros,/contradictorios van”. Es el vuelo largo, casi extremado, planeando sobre cielos azules o memorias lanzadas a la posteridad. Así es como los poetas, hombres y mujeres, recorren el mundo de la realidad y, muy pacientemente, lo van convirtiendo en música, en poesía. “El olor de la luna es lo que explica que, cuando nos enamoramos, queramos, en medio de tan gran dicha, morir de amor”, escribe el granadino Antonio Enrique en su excelsa novela sobre Boadbil, el vencido. Y es que el amor, el exilio del enamorado, nos permite encender la pasión y volar, tal vez en busca de un retorno a los abrazos de siempre, a la caricia deseada. La autora de este poemario suspira: “Si pudiera tenerte/¡ay amor!/si pudiera tenerte/entre arpegios en vuelo”, y está hablando de la pasión, del dolor de la distancia, de la violencia de la desunión, de la sed no calmada, del rigor de la soledad en abandono. Así va transcurriendo el libro, repleto de alusiones, de certidumbres, de escasos goces o de necesarios recuerdos: ”Fue posible el adiós/a pesar del silencio”.


HELENA, Ediciones Torremozas. Madrid, 1990

 “Yo recogía apacible tus gestos, las caricias,/la mirada transida de deseo,/el dulce y cálido manantial/húmedo y vivo de tu piel soñada”. (Es el amor saltando como un ruiseñor por las enramadas de lo cotidiano, haciéndose presente en la mujer, en el hombre, y, con ello dando vida a la hermosura de la existencia). Este es libro musical, armónico, de versos etéreos, casi maravillados donde juegos de palabras, insinuaciones, verbos afectuosos y un sinfín de promesas y sortilegios van recorriendo cada estrofa, cada momento, cada suspiro. Estamos ante el poemario titulado “Helena”, esperanzado, suficiente, abierto a los vientos de la pasión y a las circunstancias de la ternura.
Bernardo G. de Candamo al referirse al poeta canario Tomás Morales y sus compañeros modernistas escribía: “En la juventud literaria española el número de poetas es infinito”, y hablaba de principios del siglo XX. La misma impresión, aumentada por cientos de miles, podemos tener del momento actual. Pero la juventud indagadora, posiblemente, tiene otros postulados, otras intenciones. Los poetas que hemos superado cierta edad no dejamos de ser más metódicos, más románticos. Y eso también se atisba en los versos de juventud o de madurez. Encarna León nació en 1944 y los poemas de “Helena”, seguramente, los escribiría unos meses antes, superados los cuarenta años. Sin embargo en ellos late una ilusión creadora, un interés por descubrir el mundo y mostrárselo a los demás. A muchos poetas, mujeres u hombres, no les importe relatar el beso recibido, las alegrías domésticas o los problemas cotidianos. El propio Tomás Morales, médico-poeta canario que falleció sin haber cumplido los 37 años (1884-1921) escribía versos enternecedores, apasionados, muy del estilo de Amado Nervo menos curso o de Rubén Darío, amante, juerguista y viajero, que pasó media vida en los barcos yendo y viniendo de Managua a todos los mundos. Escribe Morales: “Veo la casa nuestra, tan lejana,/medio borrada en la penumbra quieta/y en el cuadro de luz de la ventana/recortaba y en sombra tu silueta”. En este libro de Encarna León vemos cierta sombra de estas situaciones, digamos, interiores donde su protagonista atraviesa vidrieras, espejos y sentimientos para salir a flote en este espacio lacónico de necesitados afectos. Leamos: “Helena, has llegado al final de tus cálidos días/con una breve historia de sauce fugitivo/balbuciendo en silencio con labios de amapola,/los campos habitados de insegura siembra y/en milenario hábito de entrega y de renuncia”. Recuerda Fernández de la Torre en su estudio inicial que: “La racionalidad del discurso o del poema es una práctica retórica que no se mide por la `verdad` del yo, sino por los efectos o emociones que puede provocar especialmente en el lector”. Y así es este poemario. Vemos a esa Helena repleta de vida, a veces confusa, otras retenida por la emoción y, al final, siendo un recuerdo grato para la autora que va descifrando su biografía de manera dolorida pero apasionada para dejar, en el mundo de los vivos, la constancia de un tiempo y una historia que, tal vez, debamos conocer: “Descansa, yo te dije,/y tu piel reposada en la mía/bordaba ya el escondido adiós”.

SOBRE CRISTAL DESNUDO. Ediciones Seyer. Málaga, 1994

Volvemos a Fernández de la Torre quien, en el prefacio de este poemario, escribía: “Probablemente no resulta fácil presentar estos poemas o serie de Encarna León, pues se quieren homenaje y rememoración de Miguel Fernández”. Y es que, como tal homenaje, viene a contener unas intenciones de recta amistad, de admiración permanente, de fervorosa cercanía al poeta con quien la autora mantuvo una buena relación literaria en esa parte de España a veces distanciada del devenir cultural de la Península. En casos como este los poetas cercanos, los amigos, quienes tienen las mismas intenciones se arropan, alían, fortifican para dar lo mejor de sí mismos. Es ese “cristal desnudo” en que van desgranando ilusiones y vivencias para que los demás las conozcan y las santifiquen, digamos con perdón de la jerarquía eclesiástica. “A quien leyere y ame/sencilla y doblegada soledad,/este súbito pensamiento:/La luz no ciega contornos de mar y agua. Un deseo de algas aprisiona/este paso de ánade/mientras manos cortan presurosas/caminos de sal en la mañana”. Y es que la poesía, más que los discursos políticos todo lo puede, homenajear al poeta amigo o cantar al amanecer, recordar momentos vividos y labrar esperanzas para los inéditos futuros. “Sembrados/quedamos/de astillas para siempre”, escribe la argentina Alicia Grinbank.


ARTIFICIOS DE OTOÑO, Ediciones Seyer. Málaga, 1995

Dedicado “A Rafael” su esposo, “Artificios de otoño” es un poemario en el cual la vida que nos sale al encuentro, con su dosis de enfermedades, dolor, angustia, nostalgia sigue formando parte de determinadas intimidades: la de la familia, la del amor, la del paisaje vecino, la de la profesión. Cuando alguien se ha dedicado a la enseñanza, el futuro puede convertirse en memoria de tiempos ilusionados, del contacto con los demás, del valor de amistad y de la capacidad para formar en los demás la idea de un mundo que sigue permaneciendo pese a separaciones y violencias. Los versos de este libro son los de la cotidianidad, los de cierta y necesaria alegría para seguir contando los meses y los años mientras todo permanece: “Quisiera conocerte como yo me conozco/inmensamente cierta,/con mi sabor amargo o dulzón,/con la sonrisa puesta o descolgada”. Luego llega la observación, la meditación a solas, la ansiedad por tener al lado a personas, calles, lejanías y entonces es cuando surgen, aparecen, se enredan esos artificios que, sin embargo, nos permiten seguir viviendo.  Un delicado “Pensamiento” (Eres algo así,/como una lluvia lenta/refrescante y viva”) da idea de esa familiaridad con que la escritora va impregnando de versos sus días, sus años, por entonces en la cincuentena que representa una juventud vitalista y prometedora. “Es tu paz lo que amamos, no tu máscara”, escribe Pablo Neruda. Ese es el deseo que creemos encontrar en muchos de los poemas de este libro, escritos en verso libre y con la fogosidad de una creadora apetente, capaz de transformar en poesía el mundo de lo cotidiano. Este sería el valor más limpio de este libro titulado “Artificios de otoño”. El último poema se titula “Cuenco de silencios”: “Si mis palabras quedasen enterradas/para jamás volver,/le pediría a la Tierra/que con su dulce tacto giratorio,/arropara este destino nuestro/entre las blancas nubes del recuerdo,/o en un profundo cuenco de silencios,/o que un duende juguetón lo raptara”.


...Y TE VAS AL PADRE. Ediciones Torremozas. Madrid, 1998

La muerte del padre siempre, por desgracia, es un acontecimiento triste, trágico, repleto de incertidumbres y de negatividades. Si a ello unimos una religiosidad y un afecto permanente, el resultado puede ser un libro como éste, “…Y te vas al Padre”, donde el dolor, siendo inmenso, se refugia en los momentos plácidos vividos al lado de la persona amada y, con ello, se transforma en una especie de dolorida canción como es, dice la autora, “…este ramillete de versos que a continuación ofrezco para que juntos compartamos el recuerdo de un hombre, mi padre, que supo construir con entrega y constancia una familia un tanto numerosa”. Un poema, “Aquí por siempre, amor”, relata de manera suficiente ese dolor y esa cercanía: “Pasados ya los días, este cuenco de amor/ halló sosiego./Cuando la pisada vuelve a traspasar/ caminos de cipreses /y te aproximas lento entre las sombras/con el aroma tierno/que tu recuerdo expande,/aquí por siempre amor./Amor por todos los amores engendrados,/aquí de nuevo padre,/con el abrazo inmenso de una luminosa/eternidad”. Nuestra amiga Luzmaría Jiménez Faro, en su libro “Queridos muertos”, recuerda que hay “otro tiempo en el que valoramos las pequeñas felicidades y atrapamos con la velocidad del relámpago los sentimientos y las emociones duraderas”, es el tiempo de los recuerdos, cuando la memoria va recordando aquel hecho, aquel viaje, aquella fiesta, aquellos minutos compartidos con la persona que ya no está, con el padre amigo o el amigo generoso. De esto, de todo esto, habla Encarna León en ese poemario nostálgico y herido por la ausencia del padre: “Acabo de esgrimir/una lágrima tonta./¿Por qué me viene ahora/a manchar el papel/donde yo te recuerdo/ sin haberla llamado?”. Es el íntimo desgarrado aflorando en cada momento, en cada verso, a cada minuto, dando valor a los pensamientos orgullosamente dolorosos y al intrincado laberinto de la soledad, ese en que uno queda cuando el abandono es repentino, a veces brutal, tan oscuro...

DONDE NAVEGA EL SUEÑO, Ediciones Torremozas. Madrid, 2000

¿Quién nos iba a decir a muchos de nosotros que veríamos el año dos mil escribiendo versos, a veces sufrientes, otras apasionadamente hermosos, como si estuviéramos desgranando el diario casi ignorado de nuestro pasado? “Donde navega el sueño” es, ni más ni menos, una nueva historia de emociones, de melodías ocultas, de paisajes inmensos. Allí donde los planteamientos oníricos salen a la luz la escritora habla con los demás, ofrece datos de sus momentos más hermosos o retrata sus dudas cotidianas:
“Me duele el corazón/por tanta ausencia./He besado un papel/donde tu rostro estaba/y te he llorado cerca./Intensamente amor,/por tanto frío inhóspito/en esta tarde torpe./Tremendamente torpe/como mi desconsuelo”. A un metro de distancia de las lágrimas la poesía no hace más que refrendar cierta angustia, ese sendero un tanto angosto, oscuro incluso, por los que camina a veces el amor, tal vez el desusado afecto de quien se siente abatido, lejano y, si, desconsolado. El sueño es parte de la nada, de esa imperiosa necesidad de reconstruir los inéditos territorios de la soledad que, a su vez, nos va invadiendo de una manera inamistosa o inclemente. La autora, en “Al menos la esperanza”, escribe: “Si se nos fue el amor,/algo nos quedará/de aquel comienzo hermoso/cuando inocentes días/poblaban nuestros pasos,/y un prado de esperanza/nos envolvía certero”. Habitar otras pieles, sorber otros vientos, atrapar otras madrugadas es lo que nos acontece, precisamente, “Donde navega el sueño”, en el efímero espacio de una indeterminada vivencia que, después, seremos incapaces de reconstruir o, al menos, de comprender. “Paisaje quebrado” contiene unos versos casi mágicos: “Se ha quebrado el paisaje/que pincelara un tiempo,/donde el destino puso/insistente y tenaz,/una huida ya escrita/al pie de nuestros nombres”.


COMO UNA MÚSICA. Ediciones Torremozas. Madrid, 2006

Ahora escuchamos largas melodías, momentos de Debussy, de Brahms, de Listz, envueltos en los tules de la pasión amorosa o sazonadas con el ininterrumpido deseo de los amantes. ¡Ah! Suele ocurrir que los escritores son en extremo pudorosos, huyen de manifestar sus preferencias, de hacer saber a los demás el valor de sus emociones, el milagro de sus intimidades, como si fueran celosos guardianes de su propia existencia. En otras ocasiones no es así. El rumano Lucian Blaga escribía hacia 1978: “Esta noche en que se caen estrellas tantas,/tu joven cuerpo de maga/arde entre mis brazos/como en las llamas de una hoguera./Enloquecido,/mis brazos tiendo como lenguas de fuego/para derretir la nieve de sus hombros desnudos…”. Y es que el amante no sólo disfruta, también vive al unísono de la amada y, de esta manera, todo se enlaza, se hace perdurable, precisamente “Como una música”, el libro de Encarna León que nos acerca a esos “adagio amoroso”, “andante familiar”, “preludio de amistad”, “acorde pasión” y “partituras” que contienen estos sonetos, claros, terminantes, plácidos a veces, apasionados en otras ocasiones. “Mi música y mis versos están presos/de tu frío y tu aliento en la distancia,/y este fuego en que templo mi constancia/loco está por tu amor y por tus besos”. Pero esa pasión también redime otros amores, otros afectos, el del padre, como hemos visto, el de los hijos, el de los amigos predilectos, el de los compañeros de viaje. Y eso también es amor, amor del bueno como se dice por Andalucía. Leemos ahora, completo, el soneto titulado “XXX aniversario”: “Tres decenios de amor hemos logrado/que hicieron florecer tres primaveras./Distintas en los pasos las primeras,/José, Inmaculada, cuenco sellado./Pasado un tiempo embrión ilusionado/vino al redil de la casa, y en esferas/ tiernísimas, Daniel trenzó banderas/quedándose el hogar así hermanado./En abrazos papá y mamá pagados,/os bendicen en paz y se agavilla/la luz, la ternura, a nombres tan amados./Feliz encuentro en mares azulados,/fue la crianza alegre y bien sencilla./Candor y madurez entrelazados”. Y así vamos escuchando la música de Encarna León que es muy parecida a lo de otros hombres y mujeres que hablan del amor, llámense Claudio Rodríguez (“Quisiera estar contigo, no por verte,/sino por ver lo mismo que tu…”), María Rosal (“Ya estás cerca, lo sé”), Valle-Inclán (“En tu sueño estoy./Te gozas conmigo…” y, claro, también Petrarca, Amado Nervo, Lope de Vega, Vicente Aleixandre,  Rubén Darío, Claribel Alegría…

 TIEMPO DE SIGNOS. Consejería de Cultura. Ciudad Autónoma de Melilla, 2006

“La vida es guerra y exilio, la fama póstuma es olvido”, sentenció el emperador Marco Aurelio (citado por Fernando García de Cortázar en “Los perdedores de la Historia de España”,  Planeta 2006). Pero a veces hay quienes rescatan de ese olvido fatal a los grandes hombres, a las bellas empresas. En “Tiempo de signos” Encarna León nos ofrece un precioso libro donde la música y los músicos de todos los tiempos cobran vida. Y cobran vida de la mano de unas bellas prosas donde se recrean melodías, se refieren biografías y se lee una cita de Wagner en la página 32, “La música comienzan donde terminan las palabras”,  es la mejor justificación para estas páginas hermosas que  nos llevan a comprender, a amar, a conocer ese universo etéreo de las melodías universales y esos creadores para quienes la fama póstuma queda reflejada en cada una de las notas que ellos idearon. “Me visto nuevamente con mi traje de lluvia…”, exclama la autora en algún momento y después, como a galope nos regala largas impresiones, profundas prosas poéticas, elegantes insinuaciones sobre cuestiones como las musas, las artes arquitectónicas, los grandes músicos que perduran por encima de modas y apariencias, los istmos que dejan huella en todos los tiempos. Son señales, no maliciosas, para este “Tiempo de signos” que nos permite convivir con todos los pasados más delicados y hermosos y, gracias a ellos, encaran los futuros ignorados. Ana Riaño, a quien Encarna León dedica el libro, escribe un glorioso preludio, del que destacamos frases rotundas, como las que cierran sus palabras: “Encarna nos lo ha contado casi todo en este original y placentero viaje a través del tiempo, acerca de los diferentes sistemas de notación musical que hay en su alma. Lean, pues, tan sonoros textos. Escuchen sin demora, su música.” Y así se refiere la autora de este libro a una música excelsa cuando habla “Del jazz”: “Ritmo incesante pasea las escalas y sujeta, eficaz y conciso, sensaciones de ébano en la noche./Improvisado surge un cálido rumor que baña, en múltiples surtidores, brotes escarlatas en Nuevo Continente./El azabache llora entre los campos llenando el espíritu de sombras. Hay dolor derramado por el suelo como jamás nueva memoria pisara. Consuelo bíblico halla en sus pasos igual que símbolos de tierra y de ceniza. Nostalgias de blues le acosan sigilosas y esferas de tristeza le adormecen el llanto brotado en lejanía. /La plantación se ofrece como corcel que aprisiona una mirada de inocentes valles. El ragtime plasma en el teclado borbotones de alegres trinos como eslabón en lograda esperanza. /Ella Fitzgerald y Louis Armstrong rubricaron la historia de los tiempos con sembrados de sones infinitos”

LLUVIA DE ALJÓFAR. Zumaya. Granada, 2010

Un nuevo recuerdo al amigo entrañable es este poemario titulado “Lluvia de aljófar”. En el pórtico-dedicatoria habla la autora de ello: “El presente libro, quiere ofrecer una memoria emocionada al poeta melillense Miguel Fernández, al cumplirse los 17 años de su fallecimiento. El relato de las buenas relaciones entre los dos escritores, como la visita a la Capilla de San Antonio de la Florida (“La belleza del lugar era increíble, la bóveda con las pinturas de Goya, las paredes decoradas, los espejos, el sepulcro del pintor, los silencios y sobre todo el ensimismamiento del poeta recorriendo las pinturas y los rincones”) es una experiencia que marcó su amistad, igual que el recorrido “por La Granja (Murcia), por una granja agrícola pero transformada, toda ella, en obra de arte”, y otras referencias, entre las que destacan determinados viajes de ambos como por Nador, Marraquech, Fez, dan lugar a este libro precioso, intenso con poemas que también muestran itinerarios como el de Valldemosa o esos magníficos versos, regreso a la infancia o memoria de un pasado hermoso, que es “Infancia en Chafarinas”. “No puedo retener otro tiempo, como/aquel que fue bordado en fulgores azules/y siempre acompañaba solícito en las horas; /cuando todo sabía a infancia y otros besos”. La autora explica que “Al ser aljófar perla o conjunto de perlas”, he seleccionado el título de la primera parte, como el general para toda la obra por ser verdaderas perlas, joyas del arte y de imaginación, los lugares que recorrimos y que quedarán, para siempre, en esta memoria escrita”. Y verdaderamente este libro de madurez contiene una especial selección de poemas, reposados, amables, nostálgicos incluso pero, siempre, repletos de esa vitalidad que caracteriza a Encarna León y que, no lo dudamos, seguirá produciendo extraordinarias obras. La mencionada primera parte, dedicada “A la memoria de Francisco de Goya” contiene verdaderas perlas líricas, resumen de una poesía limpia, casi inmaculada y repleta de insinuaciones religiosas, espirituales. La autora parece levitar, permanecer en el océano celeste de los frescos de la capilla, renovar su propia fe en la pintura y en los valores artísticos de un genio como Goya: “Ángel en cristal labrado/se curva en el silencio/que infinito se llega”. Hay sutiles melodías como en los versos dedicados a Chopin que ya hemos visto en otras partes de esta obra poética: “Las horas del pasado envolvían con tino/nuestras manos sencillas/que posaban gozosas por estancia/y botica, donde frailes cartujos/se alzaron en plegarias./Un silencio ha quedado suspendido en el aire”. Decir, a estas alturas, que la inspiración de Encarna León es rotunda, permanente, delicada, indagadora, vitalista no parece necesario. Pero si es bueno recordar que, viajera por excelencia, también es una enamorada de Melilla, ese trozo de España adentrado en un fabuloso continente donde todo es posible: “El día gira en dorados abanicos/y Melilla repite sus auroras/en cada lágrima que vierte silenciosa”.


PLAQUETTES Y OTROS VERSOS

La Ciudad Autónoma de Melilla ha dado su nombre al Premio Internacional  de Relato Corto “Encarna León”, tal vez por considerarla un importante referente de su ámbito cultural y literario. Socia de la ASOCIACIÒN COLEGIAL DE ESCRITORES DE ESPAÑA, ACE, y Delegada Territorial en Melilla de la misma, Encarna León viene participando desde más de 40 años en actos, conferencias, encuentros poéticos, congresos de escritores, presentaciones de libros propios y ajenos, exposiciones de pintura y arte y un largo etcétera en toda España y, seguramente, en interesantes lugares del extranjero. En ese sentido sus publicaciones se han ampliado más allá de los poemarios citados, pues sus versos se encuentran en numerosas revistas literarias, antologías, libros colectivos, publicaciones infantiles y libros en prosa (algunos escritos con el inmenso cariño de una abuela que se dirige a sus nietos o a infantes de su edad y ensayos literarios o comentarios a libros ajenos. Todo ello nos permite recordar que Encarna León es una creadora de altos vuelos, una trabajadora permanente en el mundo de la palabra en el cual, además, ha mantenido excelentes relaciones amistosas con escritoras y escritores de todos los ámbitos, fundamentalmente andaluces, y con personalidades de la vida intelectual española y del Norte de África. Como hemos indicado también en este libro se da cuenta del contenido de media docena de interesantes e inspiradas “plaquettes” y todos esos poemas dispersos que, a veces, quien se dedica al noble arte de la escritura va dejando a lo largo de su vida de soñador y de innovador de su propia trayectoria poética. Como muestra de estas últimas publicaciones nos permitimos reseñar una estrofa del Himno que la autora escribió para el IES “Miguel Fernández” de Melilla, quedando a la espera de nuevas entregas que hagan más extenso aún el legado literario de Encarna León:
“En tus puertas apostamos/pasos tiernos de la edad,/alegrías de muchachos,/tibias promesas de paz.
Nos quedaba, todavía, algo que deseábamos añadir: Gracias, Encarna.

Manuel Quiroga Clérigo
Majadahonda, 9 de Enero de 2018.




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