miércoles, 16 de mayo de 2018

“Viaje al fin de la noche”, obra teatral ambigua y confusa sobre la estela de muerte que ha dejado ETA en sus protagonistas y víctimas


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Julia Sáez-Angulo


            17/05/18 .- Madrid .- Cuando oigo la palabra “víctima” enfermo o algo así, dice la hija del terrorista de ETA sobre el escenario del Teatro del Barrio que ha estrenado la obra “Viaje al fin de la noche” –título muy celiniano- sobre un diálogo entre el ternurismo, la furia, la melancolía, la justificación, la búsqueda de compensación con los otros que cargan con los muertos…

            El GAL como pretendida balanza ante los 850 muertos y cuatro mil heridos, sin contar los exiliados y heridos morales que han sido legión por la actuación mortífera de ETA. Equiparar uno y otro, aunque no sea mas que en prelación y resultados numéricos, resulta grotesco… Dos monstruos ETA y el GAL, el segundo, breve, siguió al primero copiando esquemas.

            La muerte duele entre los que permanecen; la sangre trata de justificar lo que aitá hizo y también se fue. Los daños colaterales de familias rotas y niños sin padres está ahí en la obra, pero equiparados en balanza entre terroristas y víctimas (¡horror de palabra que irrita!).

        Lo que el terror y la guerra dejan tras de sí es dolor, muerte, confusión y cicatriz poco menos que incurable. Los guerreros antiguos exterminaban a los niños de los enemigos para evitar que su memoria perpetuara su fechoría de muerte y entablara la venganza.

            No acaba de convencer la obra teatral Viaje al fin de la noche sobre la situación post ETA. Nadie habla de reconocimiento de los hechos, ni de perdón, de la diferencia de los bandos, con o sin armas, de la sociedad de un Estado de Derecho en jaque, por fanáticos de una diosa, un mito: ¡la patria vasca! Las patrias siempre se construyen con cadáveres de cimiento.

            Los caldos de cabeza se pagan cuando se llevan a extremos de muerte y dejan secuelas para  propios y ajenos. Ser euscaldún es supremacista de cara al otro. Hay que ir de nuevo al hombre universal, al ciudadano del mundo, para evitar al fanático que rebana la vida ajena.

            La voz de la mujer se hace más patente o fuerte en el escenario. El matriarcado siempre fue importante en el País Vasco: la matría que estudian los sociólogos. La mujer y los obispos sectarios que adoran también la patria del caldo de cabeza.

           Nadie se pudre en las cárceles de hoy, sí los ancianos apilados en las residencias. Los cadáveres sí se pudren en las tumbas. Los presos y sus albaceas pueden negociar y lo hacen; los hijos de las víctimas -víctimas a su vez- luchan por el olvido como única salida y no pueden ante el descaro. Les falta el lenitivo de la petición de perdón, ante la falta de caludicación. Sus vidas ya están arruinadas.

            Alfonso Mendiguchía y María San Miguel hicieron bien su trabajo escénico, pero el texto no convenció. Se pierde en el éter ambiguo, como la historia del pasado sangriento de ETA. Lo que permanece son las cicatrices y la necesidad de perdón para que sanen, llamando a las cosas por su nombre y no dejándolas en nebulosas de ternurismos y argumentaciones vacuas para que vaguen en el eter.






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